ISSN 2696-5151

NUMERO: 34 AÑO: 2019

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Autores: / Lic. Lucas Mamud Meroni / Lic. Federico Lande / Lic. Sebastián Di Costa (Argentina).

Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), el dolor musculoesquelético es una condición frecuente y costosa. Es la segunda causa más común de discapacidad en la población general y afecta aproximadamente a un 33 % de la población adulta, del cual un 56 % corresponde a personas adultas mayores y un 35 % a personas en edad laboral. El dolor lumbar es el ejemplo más común de dolor musculoesquelético persistente.

El dolor puede ser definido como una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a un daño real o potencial de los tejidos, pudiendo surgir cuando ha existido una lesión en el organismo y actúa como señal de alarma para poder hacerle frente al probable daño. Tiene una función adaptativa. Sin embargo, el dolor en muchas ocasiones puede ser desadaptativo y percibirse sin tener ninguna lesión orgánica diagnosticable. Ello significa, en términos más técnicos, que la nocicepción no es suficiente ni necesaria para sentir dolor y que no existe una relación lineal entre la magnitud del daño y la percepción del mismo. Por lo tanto, las creencias y emociones son capaces de modular las redes neuronales y provocar e incluso, perpetuar el dolor. Esto ha obligado a los investigadores a explorar la influencia de los factores psicológicos y sociales en la experiencia de dolor musculoesquelético, puntualizando qué mecanismos se activan en el desarrollo de la experiencia dolorosa y considerar la integración de diversas teorías para explicarlos.

En este sentido el miedo patológico, las fobias, las creencias y conductas que se relacionan con el dolor dan una perspectiva teórica interesante de apertura hacia el futuro.

Kinesiofobia

El miedo es un factor importante para entender cómo el dolor agudo se vuelve persistente, y por qué el dolor y los factores asociados continúan una vez que ya no hay daño tisular. Kori et al. (1990) definieron a la kinesiofobia como el miedo irracional, debilitante y devastador al movimiento, y la actividad derivada de las creencias de fragilidad y susceptibilidad a la lesión. En otras palabras, es el miedo al movimiento o a volver a lesionarse.

Posiblemente con el objetivo inicial de evitar el dolor, la kinesiofobia modifica cómo se mueven o no se mueven las personas. El objetivo inicial ante el suceso lesivo sera que todo el sistema busque adaptarse para evitar el dolor. La consecuencia directa es la modificacion de la dinamica motriz del sujeto.

Según un artículo publicado por Meier M. et al (2016) los fenómenos de evitación del movimiento en las personas con dolor lumbar persistente podrían deberse a un aumento de la actividad y de la conectividad entre la Amígdala y la corteza Insular. Recordemos que los centros amigdalínos son parte del sistema límbico y están íntimamente relacionados a las reacciones de miedo. Este aumento de la reactividad emocional que se constata en las personas con dolor persistente podría estar condicionada por las creencias erróneas sobre su experiencia dolorosa y del movimiento.

La Amígdala juga un rol esencial en la hípervigilancia del movimiento y parece ser que las redes límbicas pueden modular el control motor, específicamente en el caso de la kinesiofobia aumentar la inhibición de èste. La perpetuación de los mecanismos de evitación puede ser uno de los responsables de la discapacidad, desadaptación y persistencia del dolor.

Catastrofización del dolor

En relación a factores cognitivos diversas investigaciones han confirmado la correlación positiva entre la kinesiofobia, el catastrofismo, la intensidad del dolor y grado de discapacidad percibida.

El catastrofismo es la tendencia a generar pronósticos irracionalmente negativos en relación con una amenaza percibida que influye notablemente en la eficacia del proceso de recuperación física. Cuando no se considera este aspecto en la rehabilitación, posiblemente tenga un impacto significativo sobre la actividad cortical motora y las regiones de integración sensorial, que aumentarían el riesgo de dolor en zonas distantes al de origen de la lesión.

El dolor aumenta la conectividad cerebral en regiones relacionadas con el miedo y refuerza el recuerdo del contexto emocional de la experiencia dolorosa.

La relación terapéutica

Se ha observado que las creencias de los profesionales de la salud sobre el dolor influyen sobre las creencias de sus consultantes. Aquellos profesionales que experimentaron dolor musculoesquelético en algún momento de su vida pueden llegar a presentar niveles elevados de creencias irracionales de evitación, siendo uno de los posibles factores que influyen en las prescripciones con un criterio de tratamiento más restrictivo.

Para evitar estos sesgos en el tratamiento deberían ser los propios profesionales quienes se involucren en un programa educativo con un enfoque biopsicosocial transdiciplinar para modificar sus creencias y actitudes, mejorando así también las indicaciones que brindan en su práctica laboral.

Adherencia a la actividad física.

A pesar de los esfuerzos realizados por los profesionales de la salud para otorgar un manejo óptimo, se estima que hasta un 45% de los pacientes no cumple con las recomendaciones terapéuticas, aún más cuando la indicación consiste en cambios de hábitos o estilos de vida (que incluye actividad física), lo que pone en riesgo la eficacia del tratamiento.

Son múltiples los factores asociados a una baja adherencia terapéutica, y varían según la población de estudio. Dentro de estos destacan factores que tienen que ver con depresión o ansiedad asociadas y características intrínsecas a la propuesta de tratamiento, y hasta factores socioeconómicos y ambientales que facilitan o dificultan el cumplimiento de un programa.

No hay que olvidar que la prescripción de programas de actividad física como «tareas intersesiones» permite a los sistemas de salud manejar un volumen mayor de población y responder a las crecientes demandas de atención, sobre todo de dolencias crónicas que dependen de la adherencia terapéutica del paciente a indicaciones eficazmente proporcionadas.

Conclusión: Kinesiofobia, una oportunidad transdiciplinaria.

Resulta interesante recorrer mucho de lo hasta hoy escrito y esudiado sobre esta problemática, sobre todo en dos aspectos que plantean un camino futuro.

Por un lado, encontramos una articulación íntima entre el componente emocional, el componente cognitivo y el movimiento. Desde una perspectiva clásica las tres dimensiones en interrelacion podrian ser conceptualizadas y abordadas clínicamente como una sumatoria de partes donde los profesionales de diferentes disciplinas aportarían desde su propia mirada. Dando un paso más alla, el paradigma contemporáneo supone la integracion de las partes pudiendo definir a la kinesiofobia como un emergente de dicha integracion. La actividad profesional impulsaría un proceso colaborativo de mayor importancia que en la mirada clásica. Pero hay una oportunidad mas rica que hace foco en la mejora cualitativa del concepto. Sobran evidencia desde la neurobiología o el campo de las psicologias para asegurar que la dimensión emocional, la dimensión cognitiva y dimensión motriz no pueden ser analizados por separados. Sus límites son más borrosos de lo que se ha pensado y el nivel de complejidad de este fenómeno que hoy estudiamos merece este recorrido.

En segundo término y en vínculo directo con lo antes mencionado, propiciamos una profundización en los conocmientos sobre este tipo especial de fobia. Creemos que es buena oportunidad para desarrolar una posibilidad que exeda la multidisciplinaridad, que rebase la interdiciplinaridad. El ejercicio transdiciplinario pordria aportar avances cualitativos a los tratamientos.

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Referencias bibliográficas

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