Numero: 76. Año: 4.  Lugar de Edición: Barcelona, España Editor: Juan Pablo Cervigni

(ISSN 2696-5151)

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Autora: Dra. María Rodrigo Yanguas (España)

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Podría definirse que el ajedrez es finito, ya que es jugado en un tablero acotado por 8 filas y 8 columnas y en el que 16 piezas por cada bando se enfrentan en una larga y tediosa batalla con el único objetivo de alzarse con el rey del rival. Aunque, si escarbamos en las tensas profundidades de la historia de cada batalla, de cada partida, podemos observar la infinidad en él. Cada partida es única e irrepetible. Después de que ambos bandos hayan ejecutado su jugada, existen cuatrocientas posiciones posibles para continuar. Tras el segundo turno de ambos, el número de posiciones crece exponencialmente a ciento noventa y siete mil setecientas cuarenta y dos partidas. Tras el décimo turno de ambos, existen ciento sesenta y cinco trillones y medio de partidas diferentes. Pero es que si continuamos con los movimientos podemos llegar a alcanzar el trepidante número de 1 seguido de cien mil ceros…¡Este número supera a todos los átomos existentes en el universo…! Me reafirmo, el ajedrez en infinito.

Desde que empecé a jugar con apenas 5 años no recuerdo haber repetido una partida igual y esto es precisamente la chispa que hace que arda dentro de mí la motivación para jugar al ajedrez. Me considero artista creando una obra en cada una de mis partidas. A veces me salen obras buenas y otras no tan buenas, pero de todas trato de sacar un aprendizaje para poder aplicarlo en mi próxima partida. Y así se va haciendo el camino, cayendo pero aprendiendo el porqué del tropiezo para levantarse y seguir dando pasos por el sendero.

Cuando me preguntan ¿Qué es el ajedrez para mí? Me gusta responder diciendo que “El ajedrez es vida”. Considero el ajedrez como un ensayo en donde se aprenden y practican herramientas que después utilizamos en nuestro día a día.

Con el ajedrez entrenamos herramientas cognitivas. Ponemos en marcha nuestra atención y concentración para custodiar y tener controladas las 64 casillas del tablero y las 32 piezas. Necesitamos planificar, priorizar nuestras ideas, con el principal objetivo de establecer metas a corto, medio y largo las cuales nos permitirán que vayamos marcando el rumbo de la partida. Junto a ello, el razonamiento se hace imprescindible en la práctica ajedrecística. Tenemos que tratar de dar una explicación del porqué de cada jugada, entendiendo que ha cambiado la posición con cada movimiento que se efectúa. Además, es imprescindible saber controlar nuestros propios impulsos. De todos es bien sabido que mover sin pensar sólo lleva a la catástrofe, es por ello que aprendemos el valor del Parar, Pensar y Actuar. También, necesitamos memorizar y automatizar el movimiento de cada una de las piezas, recordar las jugadas teóricas de la apertura y tener memoria de cuáles han sido los fallos en partidas anteriores para que no vuelva a ocurrir. ¿Sabían que inconscientemente estamos calculando continuamente? Y es que cada pieza tiene un valor diferente lo que nos obliga a estar evaluando en cada una de las posiciones los cambios que ejecutamos para ver si ellos nos resultan beneficiosos.

Aunque, ¿Saben? Para mí, el máximo aporte que me ha dado jugar al ajedrez y que lo veo en mis deportistas y pacientes es el ensayo que produce su práctica en inteligencia emocional. Simplemente con el hecho de sentarse delante de un tablero de ajedrez nuestro organismo comienza a activarse, un sinfín de mariposas comienzan a revolotear por el estómago impacientes por comenzar la partida. Y es que este revoloteo es incesante y nos acompaña durante toda la partida, por lo que no nos queda más remedio que tratar de gestionar y canalizarlo para que no influya en cada una de las decisiones que vamos tomando a lo largo de la partida. Es decir, aprendemos a conocer nuestro mundo emocional, a saber etiquetar las emociones que estamos sintiendo y a saber gestionarlas.

Además, aprendemos a ganar y a perder, y junto a ello el valor de la empatía. En cada jugada que el rival realiza debemos tratar de adivinar la intención de él para poder responderle con nuestra mejor jugada para impedir su plan. Además, cuando se termina la partida y ganamos debemos ser conscientes de que nuestro rival por ende ha perdido y saber empatizar con él, evitando festejar la victoria delante suyo. Por otro lado, cuando somos nosotros los que hemos tirado el rey en señal de derrota debemos tratar de ver en ella, aunque nos duela, un aprendizaje, entenderlo como una oportunidad de crecer más, algo en nuestro juego estaba incompleto y hemos hallado una parte de él para poder construir y mejorar. Y desde aquí aparece, lo que para mí es el aprendiza estrella que aporta el ajedrez, la tolerancia a la frustración. Es decir, la capacidad de saber afrontar y gestionar las limitaciones que hacen que no consigamos nuestro objetivo. ¿Saben la cantidad de partidas que he perdido hasta que he conseguido ganar una? Esto es el aprendizaje de resiliencia. Con el ajedrez aprendemos a buscar soluciones ante las jugadas sorpresivas de nuestro rival, a ser conscientes de nuestros recursos y ponerlos en marcha, a saber que perder es parte del camino. Jugar al ajedrez nos hace ser más resolutivos en nuestro día a día, sabiendo anteponernos ante las adversidades que van apareciendo en el camino, un suspenso en un examen, un despido en un trabajo, una ruptura sentimental…todos estos baches conforman parte del camino de la vida. El dolor ante ellos existe y hay que vivenciarlo, pero quedarse atascado en ese sentimiento de nada sirve, hay que saber levantarse y seguir moviendo en la partida de nuestra vida.

Es por todo ello, que el ajedrez es vida cognitiva y emocional.

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