Numero: 89. Año: 5.  Lugar de Edición: Barcelona, España Editor: Juan Pablo Cervigni

(ISSN 2696-5151)

Numero de Visitas: 129

Autores: Lic. Gabriela Mosca (Argentina).

Es frecuente escuchar cómo puede ser que los tenistas, principalmente cuando son niños o adolescentes, sin distinción de género, se enojen cuando desarrollan la práctica deportiva si, en realidad, solo se trata de un juego, una actividad lúdica que debería alegrarlos. Sobre esta teoría, y a modo de ejemplo, aparecen las frases “tranquilizadoras” previas al ingreso de los jugadores a la cancha: “Andá a jugar y divertite”, “vamos, cambiá la cara –cuando no lucen sonrientes-. Y, post partido –o entrenamiento-, surgen las preguntas con tono sorpresivo: “Pero ¿por qué te enojaste tanto?, “Estabas muy serio, ¿te dolia algo?”.”No te pongas mal, la próxima vez vas a ganar vos”.

Esas frases‘”contenedoras”, con las que es más difícil pelearse porque, a simple vista, no ejercen reclamo sino que buscan alentar, motivar a los jóvenes a que se acerquen o permanezcan en el deporte, son también, las que suelen confundirlos. “Obligados” a responder a las expectativas de la alegría o pasarla, necesariamente, bien –y, muchas veces no lograrlo- aquellas frases suele aumentarles el grado de frustración que generan los errores propios, los aciertos de los oponentes y, al final de cuentas, las derrotas.

Se les pide alegría cuando, tal vez, transitan momentos de duda, con conciencia plena de sus errores y luchan, a su manera, por reconstruirse afirmándose, como pueden en esas carencias –por ellos- percibidas.

Para el caso de los niños o adolescentes que transitan el camino del deporte más competitivo e individual, como puede ser el tenis de alto rendimiento, ese mensaje bien intensionado pero, en parte, alejado de la realidad, entiendo que podría disminuir la capacidad de los niños o adolescentes para convivir con el malestar que genera la frustración de no poder conseguir sus objetivos. La comparación, consciente o no, con aquello que deberían sentir -disfrutar siempre del juego-, los deja sin alternativas: los empuja a creer que carecen de la capacidad de disfrute, que son amargos, que solo a él o ella le ocurre porque no entienden el juego.

La idealización de la que parten quienes sostienen la teoría referida, sean familiares o entrenadores: afirman que el juego/deporte es, necesariamente, para disfrutar, a mi entender, deja de lado ciertas aristas del ser humano/deportista, cualquiera sea su edad: el deseo de tener lo que está en disputa, punto troncal de la competencia, con un otro que no está dispuesto a cederlo. Y esto, ni malo ni bueno, es intrínseco, propio de la naturaleza humana que oscila, de modo pendular, entre extremos emocionales opuestos, principalmente, cuando se encuentra ante cierta incomodidad como en este caso, la competencia en sentido amplio, es decir, no solo cuando se pone en movimiento el tanteador dado que uno, principalmente, compite consigo mismo.

El deporte tenis, aun en el ámbito recreativo, encierra una competencia directa contra ese otro u otra y, por qué no, con uno mismo. Ese otro que está red de por medio intenta tomar eso (el punto) que también nosotros queremos tener, y esta disputa nos encierra

en un campo limitado por reglas –de medidas y comportamiento- dentro de las cuales debemos desempeñarnos, vaya situación placentera.

Asimismo, aparecen otros elementos o circunstancias contextuales que, de darse, podrían incomodarnos aún más: correr de un lado hacia el otro de la cancha con deuda de oxígeno, viento, frío, calor o un par de ellas al mismo tiempo. La presión del resultado: si estamos perdiendo, por tener que revertirlo y si nos es favorable, por el temor de perder lo adquirido. El aluvión de pensamientos y emociones que nos invade entre un punto y el otro, y los otros, esas miradas externas de quienes nos observan detrás del alambrado o desde las tribunas Y, entonces, vaya a saber por qué deberías “pasarla tan bien” si, por pasarla bien, entendemos: sonrisas, alegría y disfrute permanentes.

Sin embargo, si en vez de idealizar el juego del tenis como un espacio donde “hay que disfrutar”, nos ocupáramos de contarles a los jugadores jóvenes, porque son quienes más lo padecen, que se trata de una actividad deportiva en la que van a experimentar todo tipo emociones encontradas, que el miedo, cierta ansiedad, un poco de bronca pueden “visitarlos” durante el juego, que no negarlas –y aceptarlas- nos deja abiertos a pensar con más claridad y así dejar espacio para que las otras –emociones-, las del disfruten también nos visiten. Es decir, que la satisfacción, placer y ciertos momentos de alegría aparecerán –o los encontraremos- de manera directa, algunas veces, y, muchas más, de forma indirecta: en haber logrado nuestro mejor rendimiento, si es que no alcanzamos el triunfo, en la disposición para que en el próximo partido o encuentro, tal vez sí alcancemos el resultado anhelado, en el hecho de haber sido capaces de transitar una situación de incomodidad -de la mejor manera posible- y eso nos haga sentir a gusto. En definitiva, en vez de decirles cómo deberían sentirse, contentos y felices, acompañarlos a descubrir qué sienten dentro de la cancha –y fuera de ella-, a reflexionar sobre ese “paquete” de sensaciones/emociones que los atraviesan, que son muchas, variadas y genuinas y que, por ese camino, se acerquen a un mejor conocimiento sobre sí mismos que, creo, no puede transmitirse solo a través de conceptos, sino que se alcanza, íntimamente, desde la experiencia directa de lo vivido.

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